Berta Gilabert
La estampa científica es toda aquella que se ha empleado en campos tan diversos como la geometría, la anatomía, la botánica, la astronomía y las ciencias aplicadas y que tiene, como una de sus características fundamentales, la capacidad de constituir una unidad completa y autónoma de conocimiento, lo plasma y transmite de manera independiente y no necesita de texto para ser clara para el científico, porque estas imágenes fueron creadas no sólo para ilustrar la ciencia sino también, para hacer ciencia.[1] De igual manera, cada una de estas imágenes proporciona una buena cantidad de información que tiene que ver no sólo con lo representado en ella sino también con la sociedad y mentalidad que la produjo y consumió, haciendo posible que sean historiables y que nos acerquen a ámbitos mucho más amplios que los conocimientos científicos que contienen.

Como todo saber, estas estampas aun cuando son, efectivamente, unidades de conocimiento, también son susceptibles de ser complementadas y de cruzar información con otro tipo de fuentes, por ejemplo, si se piensa en un jardín botánico hay que entender que una colección se considera completa si cuenta con un ejemplar vivo, un ejemplar de herbario, la descripción botánica y la ilustración. De igual manera, una estampa anatómica se complementa con el cuerpo disponible para disección, la descripción textual y el cuerpo vivo, para análisis y estudio, porque los contenidos complejos se construyen a partir de diversas aproximaciones, para poder tener una visión amplia que nos acerque, de manera más precisa, a la comprensión de la realidad.
En el caso de la ciencia, no es posible ni conveniente desvincular la imagen de otras fuentes, tales como los diarios de expediciones, que incorporaban descripciones escritas y dibujadas fruto de la observación in situ; la correspondencia entre científicos; los tratados y los artículos emanados de academias de ciencias, hablando ya del siglo XVIII, y demás vestigios que vinculan a los creadores, los mecenas, los estudiosos y los receptores de la imagen.
Por otro lado, también hay que tener en cuenta que detrás de cada imagen –verbal o gráfica– existe una intención, una necesidad que se satisface con ella, así como un patrocinio que la hizo posible: por ejemplo, las estampas astronómicas reflejaban una idea del mundo que, durante mucho tiempo, estuvo vinculada a un discurso religioso que era imprescindible, para algunas instituciones, divulgar por lo que se financiaban los estudios científicos al respecto y, por supuesto, la factura de imágenes que reprodujeran un sistema específico de ordenación y funcionamiento del Universo. La carencia o disminución de uno u otro de los componentes que posibilitan la existencia de una representación, contribuirán a su inexistencia, su parcialidad o a su escasez.
De manera concreta, en el caso de la estampa científica, podemos decir que hay tres lecturas que interesan:
- La científica, que tiene que ver con el contenido explícito de la imagen.
- La histórica, que tiene que ver con el contenido implícito y referencial.
- La artística, que tiene que ver con la materialidad y, en general, con el campo de la historia del arte.

Estas tres lecturas presentan ciertas dificultades que deben ser salvadas:
- Conocimiento técnico y de composición: porque es imprescindible remitirse a la materialidad del objeto y explicarla en términos históricos, lo que implica el poder relacionar un pigmento con un lugar de producción y una ruta comercial o acercarnos al contenido. Huelga decir que es imprescindible tener conocimientos de la ciencia que se ilustra: botánica, zoología, astronomía, geometría, anatomía, ciencias aplicadas… Tenemos también otros casos en los que la imagen no contiene conocimiento comprobado, sino que ilustra una teoría a comprobar, y el estudioso debe contar con las herramientas para discernir entre estas ilustraciones y las que contienen ciencia verificada.
- Conocimiento de mecanismos de factura (de quién es el discurso): cuando hablamos de épocas pasadas debemos tener en cuenta que las obras se hacían de manera colectiva, más aún si hablamos de estampa; intervinieron varias personas para preparar la plancha, para realizar el diseño, alistar las tintas y el papel, trabajar la plancha, e imprimir. Todavía hoy, participan el naturalista, el dibujante y los grabadores. En la ilustración científica es de suma relevancia la literalidad con respecto al ejemplar vivo, de modo que debemos tener la capacidad de reconocer si hubo alguna alteración, ya sea relacionada con la propia materialidad del objeto (pigmentos disponibles) o con la interpretación del dibujante o del grabador.
- Modificación del contexto original y diferencias de percepción: por ejemplo, en el caso de las expediciones botánicas, era muy común que el naturalista y el dibujante trabajaran muy de cerca, es decir, el primer apunte se hacía in situ; estos dibujos solían mandarse a un centro de producción para ser trabajados en una placa de cobre, en donde la única referencia eran las anotaciones que acompañaban al dibujo y, si acaso, el ejemplar herborizado. Es lógico que haya habido un cambio en la percepción del color, o de la escala, aunque se trabajaba de cerca con botánicos.
- Modificación del contexto original y pérdida del discurso: al igual como sucede con los hallazgos arqueológicos, las obras artísticas dicen poco del pasado cuando han perdido los vínculos con la sociedad, entorno e intereses que le dieron origen.[2] Esto es lo que pasó con la primera expedición botánica a Nueva España (1571-1577), la de Francisco Hernández, cuyos dibujos se dispersaron e, incluso, algunos se perdieron. Si encontráramos una de estas estampas, aislada de la obra completa, habríamos perdido mucho del discurso original, que pretendía, entre otras cosas, dar cuenta de la enorme variedad y riqueza de los recursos naturales de esas tierras.
Ahora bien, puestos ya a realizar el análisis de la imagen científica del mundo natural, debemos partir de las 3 funciones con las que ésta cumple: la referencial, la didáctica o narrativa y la conceptual.[3]
Referencial: para que la estampa funcione eficientemente como referencia del mundo natural, la imagen debe atender a la literalidad, es decir, tiene que ser una copia exacta del ejemplar, de tal manera que no propicie equívocos. Pero más aún, se trata de una imagen selectiva en la que están plasmadas no las particularidades, sino los elementos comunes a todos los individuos de la especie, es decir que la imagen no retrata una planta o un animal sino a todos los ejemplares de esa clase, por lo que suelen incluirse partes que no necesariamente son visibles desde la apariencia exterior, a los que se llama despieces. En el caso de las plantas, los despieces suelen ser, a partir de la taxonomía de Linneo, detalles de los órganos sexuales, semillas y el interior del fruto.
Didáctica: Esta función se cumple en cuanto que la imagen transmite conocimiento porque hace inteligibles contenidos complejos, y permite organizar y enfatizar la información, según se requiera.
Conceptual: esta función es importante porque la estampa científica no sólo transmite y es conocimiento en sí misma, sino posibilita la construcción de conocimiento nuevo a partir del pensamiento y la reflexión que propicia.[4] La función conceptual tiene –según Mary Helen Briscoe– siete principios que la rigen: describir fenómenos complejos que no pueden ser explicados con el lenguaje verbal o que sería extremadamente farragoso hacerlo; documentar con verosimilitud (literalidad); facilitar el análisis de un fenómeno; simplificar y aclarar la información, resumir la información, enfatizar algunos elementos, recapitular[5].
Hoy en día la ilustración científica sigue siendo indispensable, es imposible imaginar un libro de ingeniería sin diagramas o un libro de anatomía que contenga únicamente texto, sin embargo, lo común es que se eche mano con mayor frecuencia de la fotografía o, como sucede con la botánica y la zoología, que se elaboren ilustraciones a la acuarela y se complementen con fotografía, en lugar de que se sigan haciendo grabados. La razón está relacionada con la facilidad que nos brinda la tecnología para digitalizar esas acuarelas e imprimirlas en un libro, sin necesidad de pasar por el grabado: resulta mucho más barato y rápido.
Por otro lado, y aun cuando no se trata de imágenes destinadas a la investigación científica, muchos artistas han creado su obra tomando como tema el mundo natural como Francisco Toledo u Olegario Hernández, dándole otra dimensión a lo que sabemos de la naturaleza.

[1] Lino Cabezas e Inmaculada López Vilchez (coords.), Dibujo científico. Arte y naturaleza, ilustración científica, infografía, esquemática, Madrid, Cátedra, 2016, p. 8.
[2] Esto constituye un largo debate entre historiadores, y entre disciplinas humanísticas: “[…] no negamos la causal y sugestiva eficacia de los factores históricos y personales. Más que eso, negamos que la investigación de tales causas tenga alguna importancia para la comprensión del objeto.” William Sacksteder, “The Masterpice and Its Historical Context”, Western Speech, v. 21, n. 3, verano 1957, p. 166.
[3] Inmaculada López Vilchez, “Una introducción al dibujo científico” en Lino Cabezas e Inmaculada López Vilchez (coords.), Dibujo científico. Arte y naturaleza, ilustración científica, infografía, esquemática, Madrid, Cátedra, 2016, p. 14.
[4] Ibidem, p. 17.
[5] Idem.