Alberto Soto Cortés
Retratos
Los retratos han estado presentes en buena parte de la historia de la humanidad, desde la Antigüedad hasta nuestros días, utilizándose diversos soportes y técnicas de manufactura. Todas las imágenes de rostros y cuerpos de personas, reales o ficticias, corresponden a cinco principios básicos: presentar, representar, construir memoria, educar y simbolizar.
En cuanto a la “presentación”, el retrato personaliza a un individuo frente a otro, lo da a conocer a una colectividad o le exhibe ante una entidad sobrenatural. En esta categoría entran los retratos hablados de carácter criminal, los de compromiso matrimonial, incluso las fotografías forenses y el exvoto religioso. La retratística fotográfica para documentación oficial pertenece a esa misma categoría, pero también las imágenes de autores en las solapas de los libros.
Cuando el retrato es “representación” se advierte que éste reclama o concede soberanía, potestad o reconocimiento. El cuerpo representado, así como sus atributos son sinónimo de un poder conferido, por un ente ubicuo, a un sujeto o grupo de individuos, tal y como ocurre en los retratos presidenciales que se colocan en las oficinas públicas de diversos países, o los óleos de los monarcas en las diferentes residencias. En las salas de justicia, pero también en las sacristías y oficinas parroquiales, es común la presencia de retratos que denotan el origen de la autoridad que se ejerce en ese recinto.
Como vehículo de memoria, el retrato preserva los relatos colectivos, que bien pueden ser históricos o imaginarios. El ejercicio de personificación a veces tiende a la construcción de imágenes estereotipadas que no necesitan ajustarse a un original. Los llamados “retratos de memoria” no requieren ser fieles con un rostro o cuerpo real, lo cual es evidente cuando se representa a los apóstoles de Jesús, a los reyes de la Antigüedad, a los héroes de una nación o a las monjas de clausura. Las personas desconocidas pueden ser dibujadas, pintadas, grabadas o modeladas, siguiendo algunos patrones o convenciones con el fin de generar asociaciones entre los acontecimientos narrados, ficticios o reales, y un rostro y cuerpo que remitan a su humanidad.
En otras ocasiones el retrato tiene como objetivo generar introspección y modelar la conducta de quienes lo observan. Santos, beatos, venerables y otros personajes han sido comúnmente representados para ejemplo e imitación por diversos tipos de comunidades. Incluso los héroes de distintas naciones son puestos en imagen con dicho objetivo, y se les acompaña de atributos, gestos y ropas que resultan adecuados para traer en memoria su papel como guía y ejemplo de comportamiento.
Por último, el retrato puede tener como origen una idea compleja que se explicita a través de una imagen antropomorfa, tal y como se usa en la emblemática y en diversas propuestas artísticas. Es así que el rostro y cuerpo construidos no están en relación con una entidad específica, sino que tan sólo se utilizan como vehículo de expresión, como cuando la imagen de una mujer pretende resumir todo lo femenino o cuando el retrato de un niño se asocia a la inocencia originaria de la humanidad.
El retrato no es el reflejo absoluto e indiscutible de la realidad, al menos no puede serlo en su carácter de imagen bidimensional que refiere de alguna manera a sujetos multidimensionales, sino que, primordialmente, su importancia radica en su carácter simbólico, decodificable sólo parcialmente por un observador ajeno a dicho tiempo y circunstancia de creación. También es fundamental observar que los retratos se elaboran en función de espacios específicos, lo cual pone a los retratos en una asociación irrenunciable con un edificio, soporte y función.
La estampa y el retrato
Con el advenimiento de la imprenta de Gutenberg los impresos adquirieron una posición relevante para la sociedad occidental. A diferencia de los retratos pintados sobre tabla o tela, aquellos que se estampaban en papel tenían mayor difusión por su reproductibilidad, portabilidad y costo.
Es así que los retratos alcanzaron una mayor trascendencia, porque incluso aquellos que se realizaban sobre otros soportes y técnicas podían ser copiados y transferidos a placas de madera o metal, con el fin de estamparse y darse a conocer. De hecho, muchos retratos fueron diseñados exprofeso para el papel, y su importancia fue tal que posteriormente algún pintor decidió llevarlos a la tabla, tela o muro.
Los retratos de Alberto Durero, Miguel Ángel, Rubens, Rembrandt y Goya, por mencionar a algunos de los artistas más emblemáticos, circularon de manera amplia entre distintos circuitos de lectores desde el siglo XVI al XIX. No sólo fueron los artistas a través de diversas técnicas los que desarrollaron retratos, sino que muchos otros personajes se dedicaron a grabar, ya sea sobre madera o metal, retratos dibujados por otros artistas que se enfocaban primordialmente en el diseño, o bien en transferir obras reconocidas o comisionadas por diversos pintores para que pudieran ser del conocimiento de un público más diverso.
Además de estos retratos generalmente asociados a los principales referentes de la política y de las artes, proliferó, primordialmente a partir del siglo xvi, una importante actividad retratística asociada a ediciones impresas de índole diversa: retratos de autores, comitentes, benefactores o sencillamente de personajes referidos dentro de las obras, tuvieron una constante presencia, siendo sus principales funciones la de presentar, rememorar, educar y simbolizar. El retrato dentro del impreso, es decir, la estampa compaginada dentro o fuera de los pliegos de texto, constituía un atractivo pues personificaba al autor, al mecenas o al personaje referido, primordialmente en las biografías, hagiografías y obras de carácter histórico, ayudando a la imaginación a construir un referente visual de diversos personajes.
Continuamente, los retratos estampados se componían con los atributos y elementos que daban sentido al rostro y cuerpo del personaje, es decir, se les acompañaba de escudos, blasones, empresas, insignias, ropajes, mobiliario, cartelas y otros objetos, adornos y poses que permitían situarlos en un contexto específico, generalmente conocido previamente por el lector o referido directamente en el libro. Motes o títulos acompañan generalmente a estos retratos y muchas de las veces se expresa quién es el dibujante o diseñador, así como se explicita el nombre del grabador, siendo opcional la ciudad y el año de impresión. Muchos retratos aparecían en libros, pero también proliferó la estampación de los mismos como ejemplares sueltos para ser contemplados de manera independiente.
Ya sea grabado en relieve o en hueco, o trabajado litográficamente, el retrato estampado requería de una alta habilidad técnica, no sólo en términos de composición inversa, sino para garantizar que el resultado de la transferencia de tinta fuera el deseado para generar un resultado conveniente. El trabajo de líneas, por tanto, debía ser tan preciso como adecuada la emulsión de tinta y la presión del tórculo o prensa.
Hoy en día existen diversos acervos que contienen retratos estampados, algunos dentro de libros o como parte de una serie, aunque no es extraño encontrar que muchos se encuentran sueltos, por origen o vandalismo. Es fundamental analizarlos no sólo en razón de su técnica, sino de su función dentro de una sociedad que permitió su existencia, pues a partir de éstos podemos calibrar los valores que en distintos tiempos y lugares se han establecido en función de los sujetos, los colectivos y las representaciones simbólicas de sus imaginarios.

Imagen 1. Antonio González de Rosende, dibujó. Vita Fvgata Imago Mortis. / Esto: in Imagine pertranseat Homo: / Virtvtis Imago ad nihilvm non redigitvr / Læta vIXit. VIVIt.V.IVet., en González de Rosende, Antonio, Vida del ilustrissimo, y excelentissimo señor don Juan de Palafox y Mendoza, Madrid: Imprenta de don Gabriel Ramírez, 1762.

Imagen 2. Gerónimo Antonio Gil, grabó. El S. D. Miguel de Gálvez / Conde de Gálvez, en Bentura Beleña, Eusebio, Recopilación sumaria de todos los autos acordados de la Real Audiencia y Sala del Crimen de esta Nueva España y providencias de su superior gobierno. Tomo I. México, Felipe de Zúñiga y Ontiveros, 1787.
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